Vergüenza. Esta es la palabra que vino a la mente del Papa Francisco al conocer el naufragio de migrantes en el mar Mediterráneo, ocurrido el 3 de octubre de 2013, cuando un barco que transportaba migrantes desde Libia a Italia se hundió frente a la isla italiana de Lampedusa. También, es la emoción que sienten los migrantes africanos que ocultan a sus familias la difícil realidad que soportan en suelo europeo.
Los que han tenido la «suerte» de pisar suelo europeo, vienen huyendo de guerras, falta de libertades o porque consideran que van a encontrar en Europa un sinfín de oportunidades para progresar. Sin embargo, en sus países de origen, muchos de ellos tenían una casa, familia y televisión. Algunos podrían renunciar a Europa, comprar un billete y volver a casa. Pero se han depositado muchas esperanzas en ellos y tienen demasiada vergüenza como para regresar. No para hacerlo con las manos vacías.
La vergüenza es una sensación humana que se presenta como una fantasía de la mente, que encarna la pérdida de reputación. Puede ser examinada desde dos puntos de vista. Por un lado, se trata de un sentimiento inscrito en el dominio de lo subjetivo, pues es el propio sujeto y sólo él quien padece la vergüenza. Por otro lado, y esta es el punto de vista que suscita nuestro interés, también es una reacción personal objetiva, pues es algo que resulta perceptible aunque se dé en otra persona.
Ese es el elemento central sobre el que se construye la propuesta audiovisual de nuestro cortometraje HONTE. Del mismo modo en que la ira, el temor o la alegría tienen su correlación en la expresión corporal o auditiva, la vergüenza también se hace patente mediante el rubor que manifiesta el avergonzado. Pero, cuando quien siente la vergüenza es un migrante africano ilegal, somos incapaces de advertir su rubor, pues lo asociamos a sentimientos como la pena y la compasión, antes que a la falta de reputación o al honor perdido. Este es el verdadero propósito de nuestra película: tratar de modificar la visión que tenemos de estos migrantes, identificándonos en ellos, con la misma emoción que nos atribuiríamos a nosotros mismos, en una situación análoga.
El mecanismo de lenguaje cinematográfico ideado para sacar a relucir el rubor en el espectador consiste en poner en contradicción las imágenes que nos muestran retazos de la vida de nuestro protagonista en España –alejadas de cualquier tipo de dramatismo, que pueda asociarse a sentimientos como la lástima o la compasión- y el sonido, donde escuchamos una conversación telefónica del protagonista con su mujer, en la que miente acerca de su situación real. La puesta en escena de las contradicciones del falso relato mediante la desincronización de ambas bandas –sonido e imagen- consigue un impacto emocional, conducirnos al sentimiento de vergüenza e identificarnos en el personaje de nuestra historia.
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